Si se lo mira con atención, el debate propiamente político ha perdido centralidad e intensidad en los últimos tiempos. Todo parece girar en torno a la economía. Esta tendencia, presente también en el plano internacional resulta particularmente exacerbada en el caso argentino. Es probable que ello sea la consecuencia de que hace mucho tiempo lo urgente no nos permite concentrarnos en lo importante. El ciclo de la frustración se repite una y otra vez.
En la Argentina de los últimos años, cualquiera que asume una posición ejecutiva en cualquier nivel de la administración declara hacerlo en una situación de profunda crisis. Las medidas para salir de la misma generalmente degradan ulteriormente los niveles de la ya precaria institucionalidad a favor de la discrecionalidad. Sin abandonar el discurso sobre “el infierno del que se salió o se está saliendo”, la estabilización de la situación lejos de generar esfuerzos en plantear y resolver las cuestiones importantes relegadas por las urgentes, se dirigen generalmente a explorar los mil caminos para perpetuarse en el poder. Me parece que este circuito es uno de los tantos que permite ayudar a explicar y entender niveles de frustración que amenazan con convertirse en endémicos.
El estado de nuestra educación no solo es causa y consecuencia de este estado de cosas, sino que de alguna forma permite entender que atacar la mera dimensión económica de los problemas no resulta suficiente para revertirlos. En este campo, nunca hemos gastado tanto y nunca hemos estado tan mal.
No soy educador, pero si estoy profundamente convencido de la necesidad de descorporativizar este (y otros) debates. Por eso me animo a escribir estas líneas.
Las recientes medidas de la reforma educativa que en sede administrativa se conocieron en la provincia de Buenos Aires resultan una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestros males.
Un famoso y brillantísimo periodista y dramaturgo brasilero, Nelson Rodrigues, prácticamente desconocido entre nosotros, decía hace muchos años que “el subdesarrollo no se improvisa, es una obra de siglos”. Que lo diga sino la Argentina que cultiva pacientemente una historia de decadencia que luego de llamar durante mucho tiempo la atención aburre hoy con su constancia y repetición en el contexto internacional. Como forma de colocar un jalón mas en este interminable declive, la provincia de Buenos Aires acaba de aprobar una reforma administrativa de la educación destinada supuestamente a abandonar la estigmatización de los aplazos en la escuela primaria. De forma similar a lo que sucede en el plano de la responsabilidad penal de los menores de edad, se trata de negarle al niño y al adolescente la capacidad de ser interpelado como sujeto responsable. Por eso el pensamiento políticamente correcto se rasga las vestiduras cada vez que surge en el horizonte algún debate serio sobre una ley de responsabilidad penal juvenil.
Este progresismo será de pacotilla pero sus consecuencias resultan terriblemente funestas, ahí están los menores “inimputables” privados de libertad (para ser protegidos) sin ningún tipo de debido proceso “interpelados” como locos enfermos o enemigos. Ahí están los niños que no tendrán aplazos ni exigencias, pero a los cuales el mercado de trabajo los esperara pacientemente para masacrarlos como adultos.
No interpelar al otro como sujeto responsable no funciona jamás a favor de los débiles y si a favor de la irresponsabilidad de los fuertes en cualquier tipo de relación.
Artículo elaborado por Emilio García Méndez, publicado por el 12 de septiembre por mdzsol.com (mendoza) http://www.mdzol.com/opinion/557378/ y el 14 de septiembre por launiondigital.com.ar (catamarca) http://www.launiondigital.com.ar/noticias/132102-una-educacion-aplazos-o-subdesarrollo-no-se-improvisa