La muerte de un amigo es siempre un hecho doloroso. La de un gran amigo, es un hecho muy doloroso. Esto es lo que me ocurre desde el jueves 31 de julio con el fallecimiento, en su San Juan natal, de Eduardo Bustelo.
Conocí a Eduardo en los primeros meses de 1990 a pocas semana de ingresar a Unicef en Brasilia, donde Eduardo había estado hacia algunos años y a donde regresaba para debatir nuestro plan nacional de trabajo como representante de la oficina regional de Unicef con sede en Bogotá bajo la dirección de Marta Mauras, ex miembro del Comité de los Derechos del Niño y hoy Embajadora de Chile antes los organismos internacionales en Ginebra.
Ni Eduardo ni yo éramos, como muy gráficamente se dice en Colombia, “una perita en dulce”. Pocos minutos tardaron para que nos trenzáramos literalmente en una tan áspera cuanto apasionante discusión que hoy me animaría a caracterizar como relativa al valor de los derechos en la ardua lucha por el bienestar de la infancia.
Esa relación, mediada y de alguna forma protegida por Marta Mauras, nos acompañó durante los 24 años que duró nuestra amistad y que esta muerte absurda no interrumpe sino solo que la coloca en otra dimensión.
Algo más de dos años después, ese debate y esa relación fue institucionalizada cuando fui convocado por Marta Mauras para el cargo de Asesor Regional en materia de derechos de la infancia donde Eduardo ya ejercía el cargo de Asesor Regional en Materia de Políticas Sociales. A partir de ese momento mas que pares fuimos amigos entrañables no porque coincidiéramos siempre en nuestros puntos de vista, sino porque nos reconocíamos mutuamente como interlocutores tan ásperos cuanto entrañables.
Por razones mas que similares dejamos Unicef algunos años después y continuamos, con pasión y con cariño la relación entablada en 1990.
Mas tarde tuve el orgullo y el privilegio de prologar su magnífico trabajo “El Recreo de la Infancia. Argumentos para otro comienzo”, (Ed. Siglo XXI, Argentina, Buenos Aires 2007). En dicho prólogo dije, entre otras cosas, que, “para el pensamiento positivista pasado y presente, con su distintiva obsesión clasificatoria, este libro está destinado a constituir un verdadero dolor de cabeza. No solo escapa, desde la primera línea al chato discurso hegemónico de ingenuas y lacrimógenas “historias de vida”, sino que supera también aquellos enfoques críticos más estructurados y profundos arraigados en prácticas e instituciones que intentan explicar dichas “historias de vida”. No tengo dudas que el lector se encuentra aquí frente a un texto extraordinario, verdadera ruptura epistemológica…”
Mientras escribo estas líneas Eduardo está siendo velado con todos los merecidos honores en la legislatura de San Juan donde, hace ya varios años, era miembro de dicho cuerpo.
Será difícil pero tendremos que acostumbrarnos a que Eduardo no esté mas físicamente entre nosotros. Sin embargo, deja además de una promisoria cría biológica intelectual su hijo Santiago Bustelo, un grupo de amigos que lo seguiremos queriendo entrañablemente y seguiremos polemizando con el donde quiera que este. Es obvio, que allí habrá debates y habrá una buena biblioteca.
Adiós querido Eduardo.
Emilio García Méndez